Yo soy la resurrección y la vida

La intensidad del duelo llenaba el ambiente como una densa niebla. Era el tiempo de los abrazos bañados de lágrimas, de las conversaciones con largos silencios, de las preguntas sin respuesta.

REFLEXIONES

Rosalía Moros de Borregales

5/23/20254 min read

Duelo en Betania

Muy cerca de Jerusalén, en una aldea llamada Betania, se vivía el dolor de una gran pérdida, era Lázaro, el l hermano de Marta y María que había muerto; cuatro díías llevaba en el sepulcro, todo parecía haber terminado, Marta había mandado emisarios para avisarle al Maestro. Pero, Jesús no había venido inmediatamente. Y la espera había extinguido la esperanza.

La intensidad del duelo llenaba el ambiente como una densa niebla. Era el tiempo de los abrazos bañados de lágrimas, de las conversaciones con largos silencios, de las preguntas sin respuesta.

Jesús, el Marstro amado, aquel a quien María había ungido sus pies con el perfume de aquel costoso alabastro; aquel a quien ella había rendido su alma, el amigo de la familia, el que había enseñado a Marta la lección de escoger lo más preciado, de dejar el afán de un lado y dedicarse a lo verdaderamente importante. aún no había llegado.

Esta enfermedad no es para muerte

Mientras tanto, estaba Jesús con sus discípulos y: “Oyéndolo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”. S. Juan 11:4.

Al enterarse Marta, que Jesús venía en camino salió a su encuentro y con el alma dolida, pero aún creyendo en Él, le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”.

El reproche de Marta

Jesús amaba a Lázaro, y amaba a sus hermanas, Marta y María. Él había estad hospedado en su casa, lo habían escuchado, lo habían servido con alegría. Pero esta vez, Él no llegó a tiempo. No para ellos. No según su reloj. Era imposible Comprender su tardanza. Marta, con la fe rota pero aún viva, al verlo entrar a Betania cortió hacia Él: ¡Maestro! Sus palabras fueron sinceras, provenientes de un corazón herido: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. S. Juan 11:21.

La revelación que quitó el poder a la muerte

Jesús la miró. Y en medio del dolor que compartía con ella, no le ofreció una explicación. Tampoco una promesa futura. Le dio una revelación de divinidad, presente y eterna: “Yo sla vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel

La pregunta que Dios nos hace cada día

Y luego de esta revelación le hizo la gran pregunta: Esa pregunta ha cruzado los siglos hasta llegar a nosotros. ¿Creemos esto? No es una metáfora. No es consuelo poético. Es una declaración divina en el umbral de la tumba. ¿Esa pregunta Crees esto? no fue solo para Marta. Sigue viva hoy. Nos alcanza a ti y a mí.

La anticipación

La esperanza en la resurrección no comenzó con el Nuevo Testamento.Job, siglos antes, dijo con certeza: El profeta Isaías, uno de los escritores más destacados del Antiguo Testamento anunció que el Señor destruiría a la muerte para siempre. Isaías 25:8. Daniel habló de los que “duermen en el polvo que serán despertados”.

Daniel 12:2. En los Salmos susurraban que Dios no dejaría al justo en el Seol. La eternidad estaba sembrada en las Sagradas escrituras y en el corazón humano:  Jesús se presenta como el cumplimiento viviente de esa esperanza. Él no solo dice que habrá resurrección, Él dice que la resurrección tiene un rostro, Él mismo, el Hijo de Dios, el Mesías Prometido, el tan esperado príncipe de paz.

Cuando el tiempo de Dios parece tardar

Jesús no se apresura. No llega corriendo al sepulcro. El Maestro amoroso que había conquistado sus almas no evita el dolor. Llora. Llora con los que lloran. Llora con María y Marta. Llora por Lázaro; llora porque la muerte aún no había sido vencida. Llora porque el amor verdadero no se endurece ante el sufrimiento. Y luego, se acerca A la tumba.

Manda a quitar la piedra. Algunos dudan. Marta le dice: “Hiede ya”. Pero Jesús no retrocede. Levanta los ojos al Padre. Y con voz de autoridad, llama a Lázaro por su nombre. Sr. Entonces, el que estaba muerto se levantó y con las vendas aún atadas, con el milagro reflejando luz en todo su ser, salió de la tumba y caminó hacia el Maestro.

La vida que vence a la muerte

Jesús no se limita a resucitar a Lázaro. Él revela quién es. Yo soy la resurrección. Yo soy la vida. Presente. Personal. Viva. Esta declaración no es solo consuelo para el duelo, es verdad para cada día.

Es para los que sienten que algo en ellos ha muerto: la esperanza, la fe, el propósito, la paz. Es para quienes creen que ya es tarde. Que hiede. Que todo está perdido. Pero el que cree en Él, aunque esté muerto, vivirá.

Hoy también resucita

Aún no estamos atrapados en el sepulcro bajo la tierra. Pero, todos tenemos una gran piedra que nos mantiene alejados de la vida con Dios. Todos cargamos con ausencias, con promesas no cumplidas, con silencios que duelen. Jesús se acerca a nuestro duelo, no como un espectador, sino como el que tiene la autoridad de la vida misma. Y todavía pregunta: ¿Crees esto? Yo lo creo. Y mientras camino con Él, aunque mis pasos a veces estén cansados, sé que Él que está conmigo como la Resurrección y la Vida que fluye en mí cada día.

¿Tú lo crees? Porque si lo crees… no solo verás un cambio.

¡Verás la gloria de Dios!

por: Rosalía Moros de Borregales.

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